Jesús María Galech Amillano

Jesús María Galech Amillano

Universidad de Barcelona

En la reunión de trabajo Terra Incognita, sobre la transdisciplinariedad y transversalidad en la investigación científica actual, se debatió sobre la incursión en territorios nuevos, fuera de los habituales límites disciplinarios; sobre cómo los problemas que aborda la investigación tal vez requieran un cambio de paradigma metodológico. Más allá de una transdisciplinariedad entre disciplinas científicas, se buscaba también el rol que pueden adoptar las humanidades y las ciencias sociales en la investigación. No sólo cuando la investigación ya está finalizada y aparece la necesidad de dirigirse a determinados públicos, aspecto que suele implicar la intervención de la comunicación, la mercadotecnia o el diseño, sino en el proceso mismo de investigación, ya sea en la toma de decisiones que conducen a su puesta en marcha o en las estrategias a seguir durante su ejecución. ¿Es posible —y conveniente— la inclusión de las humanidades y las ciencias sociales en la orientación y metodologías de la investigación científica?

Conviene comenzar con una aproximación al significado mismo de transdisciplinariedad, pues con frecuencia es un término controvertido, difuso y variable. Una forma útil y conveniente para dar una posible definición es hacerlo por contraposición como otros dos términos cercanos que suelen acompañar esta discusión: multidisciplinariedad e interdisciplinariedad. La primera, multidisciplinariedad, describe el estudio de un tema de investigación en diversas disciplinas simultáneamente. Se considera como un valor añadido en una investigación, pues sobrepasa las fronteras entre disciplinas para abordar un problema desde múltiples perspectivas independientes, si bien sus objetivos permanecen limitados por el marco de investigación de una disciplina determinada, aquella que ha propuesto el tema de estudio. En cambio, la interdisciplinariedad, aún manteniendo también los objetivos dentro de los límites de una disciplina que actúa de directora, busca la transferencia de métodos de unas disciplinas a otras. Desde una mirada histórica, la interdisciplinariedad en ocasiones ha dado como resultado la creación de nuevas disciplinas, como por ejemplo la cosmología cuántica o la teoría del caos. Así, la transdisciplinariedad quedaría definida por orientarse hacia aquello que está entre disciplinas, que atraviesa disciplinas y que sobrepasa toda disciplina. Una investigación cuyos objetivos no sería posible mantener dentro de la normatividad de ninguna de las disciplinas implicadas. Se suele postular este tipo de objetivos como aquellos orientados a la comprensión del mundo contemporáneo, para lo que un imperativo sería la búsqueda de una cierta unidad del conocimiento que únicamente se podría generar a través de un acercamiento transdisciplinar (Nicolescu, 1996).

La transdisciplinariedad en la investigación científica se presenta, por tanto, cuando varias disciplinas afrontan una problemática que cae sobre ellas, entre ellas, que las cruza y las desborda. En otras palabras, cuando se investigan problemas más amplios que los límites normativos de operación de una o varias disciplinas. Es en estos casos donde se plantea que pueda ser necesario pasar “al otro lado” de las disciplinas implicadas, para tenerlo en cuenta e implicar en la investigación aquello que previamente quedaba fuera. En la situación más extrema, este otro lado tanto del conocimiento teórico como práctico de una disciplina científica, que suele permanecer en la sombra para buena parte de la comunidad científica implicada, lo forman las humanidades, siendo entre todas ellas las de carácter artístico las más alejadas de ser consideradas científicas.

Tradicionalmente se entienden las artes y las ciencias como categorías opuestas, ámbitos de la actividad humana que forman los polos de un binomio diferenciado, que con mucha asiduidad se refuerza al definirse cada una por oposición a la otra. En lo que sigue me centraré en la transdisciplinariedad entre ciencias y humanidades, en particular en esos extremos que en realidad se tocan, las artes y las ciencias. Porque ser es diferente de aparentar, la separación entre artes y ciencias es histórica y filosóficamente insostenible, y sólo se mantiene en nuestro entorno cultural por la retórica propia de cada ámbito. Pero es precisamente lo retórico lo que se pretende evitar con la transdisciplinariedad; esquivar la mirada corta y autoreferenciada de las disciplinas para analizar problemáticas que las sobrepasan.

Disciplinas tradicionales como la historia de las ciencias y la historia de las artes viene aclarando desde hace algunas décadas las numerosas conexiones y relaciones entre ambas actividades, generando estudios que pueden aportar algunas claves para comprender el beneficio mutuo que la colaboración entre ellas puede generar. La transdisciplinariedad entre ciencias y artes presenta implicaciones destacadas en la investigación e innovación, tanto en sus aspectos más teóricos y básicos, como en las aplicaciones orientadas a productos y a la solución de problemas concretos de nuestro mundo contemporáneo. Por un lado, contribuye a situar la investigación en su contexto social, cultural, político y económico, permitiendo la reflexión pública y contribuyendo a la generación de políticas concretas. Por otro, el intercambio metodológico entre ambas áreas enriquece la observación atenta, la reflexión y la creación de soluciones, al tiempo que abre el camino para generar miradas al futuro.

Se trata, sin duda, de desterrar ese falso binomio que sólo aparentemente configuran las humanidades y las ciencias, que no es más que una herencia del positivismo ingenuo de la segunda mitad del siglo XIX y de sus variantes del siglo XX. Este tipo de abismos, como el señalado entre ciencias y artes, también se da, cada vez más, entre las disciplinas autoproclamadas científicas. La capacidad de comunicación entre diferentes ciencias se torna difícil por su grado creciente de especialización. Para la historia, la filosofía, la literatura o las artes, entre otras humanidades, la ciencia siempre ha sido objeto de investigación, y dado el marcado dominio de las ciencias y las técnicas en nuestro mundo contemporáneo, ese interés como objeto de estudio no ha hecho sino aumentar. Un primer paso hacia la transdisciplinariedad, que ayudaría a evitar incomprensiones entre diferentes disciplinas científicas, es que éstas escuchen lo que las humanidades tengan que decir al respecto. No sólo cuando llega el momento de acercarse a los potenciales públicos de interés en una investigación ya realizada, sino antes de idearla y durante su ejecución.

El abismo cultural abierto entre las ciencias y las humanidades, que pretendía un progreso utópico guiado en exclusiva por las ciencias, se percibe una vez pasado el siglo XX de forma diferente, en algunos casos incluso contraproducente. Problemas globales como la contaminación o el cambio climático han contribuido a generar en nuestra sociedad dos nuevos sentimientos respecto de las ciencias. Por un lado, la reclamación de una aún incipiente regulación de las actividades y productos de la ciencia; por otro lado, la aparición de un nuevo clima favorecedor del entendimiento y colaboración entre las humanidades y las ciencias. Un ejemplo de esto son los requisitos que ya exigen instituciones como la Comisión Europea para dotar de fondos económicos a la investigación científica. Urge a la colaboración transversal y a la participación de las humanidades y ciencias sociales en la valoración crítica de cada proyecto. En este sentido, es significativo que la propia Comisión Europea añada que las humanidades son necesarias para el pensamiento creativo, el respeto a la diversidad, el fomento de los derechos humanos y la resolución de conflictos. No se trata de negar la dependencia del saber respecto de las ciencias, que son lo mejor de que dispone la humanidad para avanzar en el conocimiento, sino de reconocer la necesidad de que las ciencias asuman la perspectiva social y el abordaje crítico.

El manido debate entre ciencias y humanidades esconde otra realidad: hay una crisis en marcha, entre pensar y hacer, que afecta a las ciencias básicas y experimentales. En nuestro mundo, este tipo de disciplinas científicas son cada vez más incapaces de justificarse, rodeadas de un contexto orientado a la producción de objetos y de soluciones tecnológicas guiadas exclusivamente por su rendimiento económico. La innovación ha sido secuestrada por el capital, quedando reducida a su variante tecnológica y orientada hacia la comercialización. En este contexto, una alianza de las ciencias básicas y experimentales con las humanidades puede resultar determinante para la supervivencia de ambas, en particular para la captación de recursos para la investigación. No hay investigación sin interpretación, ni interpretación sin apoyo científico y en debate constante con el saber empírico (Bilbeny & Guardia, 2011). En un tiempo en que con frecuencia creciente la persona científica es también emprendedora, diseñadora y gestora económica, las humanidades se hacen necesarias para la formación de este individuo, para que actúe con responsabilidad, para que disponga de una visión transdisciplinar de los problemas que afronta y trata de resolver, y para dirigir grupos o instituciones.

En la sociedad del producto mercantilizable, lo teórico pierde prestigio y presencia, como si no fuera útil para la solución de los problemas materiales y sociales del mundo. Se busca el saber de inmediata utilidad y rentabilidad, por esto se habla de la industria del conocimiento, de la industria del entretenimiento, de acercar el mundo empresarial a la universidad, etc. Se ha roto el delicado equilibrio entre el conocimiento teórico y la praxis, ha cedido a la presión de la capitalización de todo y a la amortización urgente de la inversión económica. Las ciencias básicas y experimentales sufren en un entorno que las aboca a buscar una rentabilidad económica, lo que provoca una visión reduccionista y tecnológica de la vida y del avance del conocimiento. Una dificultad que comparten en alto grado con las humanidades, con lo que la solución puede estar en caminar juntas, un frente común teórico, experimental y humanístico contra la visión exclusivamente tecnológica y mercantilista de la sociedad. Si se consigue que la curiosidad reaparezca como motor de la investigación, lógicamente compartiendo este papel con otras motivaciones más prácticas, se puede conseguir la generación de un conocimiento desinteresado. Un conocimiento que contribuya al bienestar y dignidad de todas las personas y de nuestro planeta. La curiosidad como guía de la investigación nace de la creatividad humana, un ámbito donde las humanidades ayudan a imaginar y a representar aquello que se busque entender o solucionar. Su colaboración será importante para pensar, diseñar y ejecutar la investigación, de forma que la transdisciplinariedad, más que ser conveniente, se torna necesaria.

La creatividad es, ante todo, una capacidad individual, de cada persona, si bien lógicamente se puede poner en juego dentro de un grupo de trabajo. Siendo así, conviene detenerse en la puesta en práctica de la transdisciplinariedad, puesto que con frecuencia se centra la discusión en la manera de organizar grupos de investigación transdisciplinares, dejando fuera la caracterización de la transdisciplinariedad en el plano personal. Porque, si la transdisciplinariedad es, como dije arriba, ese pasar al otro lado, me parece más factible que ese tránsito lo realice una persona que no todo un grupo. Es el individuo que participa en una investigación quien puede aportar comportamientos transdisciplinares, puesto que se trata de cambiar visiones y procedimientos muy interiorizados tras años de formación dentro de la rigidez que impone la separación entre disciplinas. Hay que darse la vuelta, volverse de dentro a afuera, ocupar otra piel, cambiar la mirada y la forma de ver, de observar, de argumentar y de razonar; en última instancia, cambios en el pensar, el hacer y el actuar. Por tanto, la persona transdisciplinar será aquella capaz de cambiar su forma de mirar y en esto las humanidades, particularmente las artes, serán su principal ayuda. También será la persona capaz de utilizar técnicas y metodologías de esas otras disciplinas, porque las humanidades y las artes también investigan.

El entendimiento de las artes es en lo anterior un punto clave que con demasiada frecuencia resulta desconocido o negado entre las disciplinas científicas. La noción y alcance de las artes cambió de forma importante en el Renacimiento, teniendo como efecto secundario su influencia en la adopción de una filosofía experimental por parte de las ciencias de aquel tiempo, lo que junto con otros muchos factores provocó la aparición de la llamada ciencia moderna. Esta llegada de la modernidad, que no sólo implicó a las ciencias, trajo consigo con el paso del tiempo la separación entre disciplinas y la especialización. Pero en el siglo XX —y esto es lo que con más frecuencia se desconoce— las artes sufrieron una nueva modificación radical, una redefinición. A ello contribuyó, sin ser la única causa, la nueva física de la relatividad y la cuántica. En el siglo pasado llegaron las vanguardias artísticas y con ellas otras formas de entender las artes, sus obras, sus procesos y, lo que es más importante aquí, el significado de ser artista. Liberadas de la representación, las artes abordaron la experimentación y la presentación de emociones e imaginaciones y diversificaron enormemente sus procesos y tipos de producciones. Por este camino, en las décadas finales del pasado siglo apareció la figura de la persona artista e investigadora (Mejía, 2014). Si hoy las artes pueden investigar, nada parece impedir, más allá de animadversiones trasnochadas, que un artista participe en grupos de investigación, más aún si hablamos de transdisciplinariedad.

Es necesario afirmar, por tanto, que la persona artista puede buscar una relación entre la práctica artística y la praxis investigadora. Se abre así un camino por el que algunos artistas deciden adentrarse en nuestra contemporaneidad, como investigadores de ella y de sus problemáticas. Para ello necesitan dotarse de una teoría que pueda explicar qué están haciendo, no para explicar lo que es el arte, sino para liberarse de sus identidades tradicionales como artista. En este sentido esa teoría dota a su práctica artística de universalidad, como cualquier otra teorización en nuestro mundo. La persona artista se postula como investigadora a través de la práctica artística: de sus obras de arte, de sus acciones artísticas y de sus procesos creativos. En términos metodológicos, el proceso creativo forma el camino por el cual busca nuevas interpretaciones y conocimientos sobre la problemática que decide abordar (Borgdorff, 2010).

De esta manera, la artista investigadora puede participar en grupos de investigación transdisciplinar e, igualmente, una misma persona puede dotarse de conocimientos de ámbitos tanto científicos como artísticos para abordar futuras investigaciones. Su contribución aportará técnicas y metodologías diferentes y, más importante aún, otras formas de ver, tanto de la problemática de la investigación como de su contexto. El coste de todo ello es alto, puesto que moverse a través de diferentes disciplinas, de las ciencias a las humanidades o al contrario, es ciertamente difícil. Exige una formación para la que nuestro sistema educativo no está diseñado, todo lo contrario, ahonda en la falsa separación entre estos ámbitos de conocimiento y de práctica. Ni siquiera iniciativas recientes como la llamada educación STEAM (Science, Technology, Engineering, Arts-Humanities and Mathematics) lo consiguen, pues se ven reducidas drásticamente a una apropiación por parte de las ciencias de los tiempos y espacios educativos de las humanidades. Mantienen, en definitiva, una supuesta y falsa superioridad de unas respecto de las otras. Tampoco es sólo un problema educativo, puesto que ejercer la transdisciplinariedad es también una actitud mental, personal y pública. En nuestra sociedad es difícil hacerse un hueco profesional viviendo en esos espacios transdisciplinares, no está preparada para asumir tránsitos teóricos, metodológicos y tecnológicos.

Hay una relación estrecha entre la conveniencia de la transdisciplinariedad tal y como queda aquí caracterizada y la finalidad de la investigación científica. Un acercamiento transdisciplinar exige un punto de vista privilegiado por encima de cualquier persona o grupo de investigación: aquel de la ciudadanía, de la sociedad humana. Debe primar el querer conocer y sentar las bases sobre las que se entenderá el progreso de nuestra sociedad, interpretar el presente en clave de futuro, un futuro a elegir construir voluntariamente. Si es esto lo que deseamos, la transdisciplinariedad escapa de controversias y se convierte en el crisol del pensamiento crítico, algo que me parece que se necesita con cierta urgencia. La cultura hace al ser humano más libre e independiente, le dota de juicio crítico, de capacidad de reaccionar de forma reflexiva frente a la realidad. Ese juicio crítico significa saber pensar, razonar, observar, analizar y evaluar en constructivo. A estos procesos mentales contribuye el conocimiento de las ciencias y también de las humanidades, lo que explica esa necesaria transdisciplinariedad, tanto individual como de grupo.

No se trata de buscar una fusión de saberes, sino de una fecundación mutua que no afecte a su identidad. No se busca producir amalgamas, que con frecuencia llevan a pseudociencias y pseudohumanidades. Si la ciencia no tiene en cuenta un entorno de conocimientos filosóficos, históricos, éticos y artísticos, puede perder su sentido de ser, el de contribuir al bienestar y la dignidad humana, y convertirse en un reto intelectual o comercial. Una educación y formación exclusivamente científica o humanística crea profesionales altamente competitivos, cualificados y especializados, pero no contribuye a forjar personas reflexivas adaptadas y adaptables a una sociedad plural y que se centren en la promoción del bienestar y la dignidad personales y globales. El conocimiento es saber consciente y debe ser comunicado y discutido. Un conocimiento que se considerará pleno cuando sea realmente transversal. Por esto la importancia de la educación, divulgación y popularización de la ciencia y de las humanidades, pues nutren la cultura, permiten el pensamiento y juicio crítico, y fortalecen los mecanismos democráticos.

Bibliografía

Bilbeny, N. y Guardia, J. (eds.). (2011). Humanidades e investigación científica. Una propuesta necesaria. Barcelona: Universidad de Barcelona.

Borgdorff, H. (2010). The Production Of Knowledge In Artistic Research, Henrik Karlsson & Michael Biggs (eds.), The Routledge Companion to Research in the Arts.

Mejía R., I. (2014). El artista como investigador. La docencia como proceso emancipatorio y la escritura como ejercicio político. Ciudad de México: UNAM.

Nicolescu, B. (1996). La Transdisciplinarité. Manifeste. Mónaco: Editions du Rocher.

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