Existe un amplio consenso en la comunidad científica acerca de que los retos y desafíos del s. XXI están creciendo exponencialmente en complejidad, intensidad y urgencia. Problemas como el cambio climático, el surgimiento y la expansión de nuevas epidemias, la migración, la redistribución de recursos y energía, o el continuo incremento de la desigualdad, entre otros, demandan el desarrollo efectivo de respuestas y soluciones por parte de todas las esferas de toma de decisiones (Suresh, 2012). Para enfrentar dichos desafíos, se hacen necesarias soluciones complejas que integren todos los factores sociales, económicos, ecológicos y éticos (Burmeister & Abrahamsen, 2017). Dicha integración, a su vez, dotará de mayor efectividad, responsabilidad y legitimidad tanto a los análisis como a las soluciones desarrolladas (Lang et al., 2012).

En este contexto, la investigación científica está llamada a ocupar una posición central en la estrategia para abordar los retos anteriormente descritos; más concretamente, la colaboración científica será fundamental, ya que, tal y como apuntan múltiples autores:  “sin respuestas coordinadas, la humanidad no será capaz de superar los problemas a los que se enfrenta” (Derrick, Falk-Krzesinski, Roberts, 2011; González & Gómez, 2014; Suresh, 2012; Villeneuve et al., 2019). Idealmente, dicha colaboración científica se materializará en un enfoque que integre múltiples disciplinas, de forma que todo el conocimiento que sea relevante para la resolución del problema sea puesto en común y tenido en cuenta conjuntamente (Lang et al., 2012).

A pesar de lo novedosa que pueda parecer esta aproximación, el estudio de las posibilidades de cooperación entre disciplinas científicas, la evaluación de sus resultados en los sistemas de investigación y ciencia, y la propuesta de modelos prescriptivos que busquen hacer la colaboración lo más efectiva y racional posible, no son algo nuevo en las agendas de las políticas científicas (Burmeister & Abrahamsen, 2017). Al contrario, estamos ante un tema con hondas raíces históricas. Desde el siglo XIX, se vienen sucediendo una serie de propuestas que inciden en la necesidad de promover mecanismos de diálogo, colaboración e incluso de fusión de paradigmas entre diferentes disciplinas, debido principalmente a (i) la toma de conciencia sobre los costes negativos de una excesiva división disciplinar en los sistemas académico-científicos -entre otros, la fragmentación de la ciencia y la acumulación de explicaciones parciales-; y a (ii) la falta de hábitos de cooperación entre diferentes disciplinas (López, 2017).

Consiguientemente, se han desarrollado -y se siguen desarrollando- diversas prácticas de investigación basadas en la colaboración y la superación de los límites de las disciplinas científicas, como son la multidisciplinariedad, la interdisciplinariedad y la transdisciplinariedad, de cuyo análisis y descripción se ocupa el siguiente capítulo.

Las políticas científicas

El rápido crecimiento en la capacidad de investigación científica a nivel mundial facilita el desarrollo de soluciones a los problemas y desafíos actuales (Suresh, 2012), por lo que las políticas científicas, definidas como “las medidas colectivas tomadas por un gobierno con el fin de, por un lado, estimular el desarrollo de la investigación científica y tecnológica y, por otro, explotar los resultados obtenidos para objetivos políticos generales” (Aagard & Siune, 2007), deben aprovechar las grandes cantidades de datos y conocimiento que se generan, con el objetivo de desarrollar políticas, predicciones y decisiones más adecuadas para cada situación (Huang et al., 2016).

En las esferas gubernamentales e institucionales (tanto a nivel global como estatal y regional) se están tomando medidas y creando programas específicos para impulsar la colaboración entre la ciencia, la industria, la toma de decisiones políticas y la sociedad en su conjunto (van Drooge & Spaapen, 2017). Diferentes aspectos explican estas nuevas dinámicas, como, por ejemplo, el hecho de que gran parte de las inversiones en investigación se realicen con fondos públicos [1], o los 17 objetivos de desarrollo sostenible (ODS) de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible adoptada en septiembre de 2015 por la Asamblea General de las Naciones Unidas[2].

En dicha Agenda 2030, las Naciones Unidas plantean precisamente la necesidad de dirigir el desarrollo científico y tecnológico hacia la resolución de problemas globales que tienen que ver tanto con el bienestar del planeta como con el de la sociedad mundial en su conjunto. En términos generales, se pretende conseguir la igualdad entre las personas, proteger el planeta y asegurar la prosperidad. conseguir la igualdad entre las personas, proteger el planeta y asegurar la prosperidad.

Más allá de los organismos supranacionales, múltiples países están actualmente impulsando estrategias multidisciplinares/interdisciplinares/transdisciplinares, véase por ejemplo China (Xie et al., 2018; Zhang et al., 2018; Zuo & Zhao, 2018), EEUU y Canadá (Bollen et al., 2014; Clark et al., 2011a, 2011b; Committee on Key Challenge Areas for Convergence and Health; Board on Life Sciences; Division on Earth and Life Studies; National Research Council, 2014; Nicolescu, 2014), o Gran Bretaña (Razzaq, Townsend, & Pisapia, 2013).

En el Espacio Europeo de Investigación (European Research Area-ERA), destacan igualmente el fomento de la colaboración internacional, el favorecimiento de la óptima circulación del conocimiento y la intención de avanzar en los procesos de programación conjunta para resolver los grandes retos de la sociedad   (Comisión Europea., s.f.; Mazzucato, 2018). Más concretamente, el escenario actual de investigación e innovación definido en el Programa Marco de la Unión Europea Horizonte 2020, refleja estas prioridades políticas y aborda las principales preocupaciones compartidas por la ciudadanía, con el objeto de generar complementariedades y sinergias (Ministerio de Ciencia e Innovación, s.f.).

A nivel estatal, en coordinación con el ERA, desde 1988 se vienen desarrollando los programas y planes de actuación del Sistema Español de Ciencia, Tecnología e Innovación (SECTI) . Estos programas y planes establecen los objetivos y prioridades de las políticas españolas de investigación, desarrollo e innovación a medio y largo plazo, y subrayan la necesidad de promover la comunicación entre las diferentes disciplinas científicas y los distintos grupos de investigación, de desarrollar líneas de investigación y herramientas metodológicas que favorezcan dicha comunicación, y de incrementar la competitividad investigadora con vistas a abordar los problemas concretos demandados por la sociedad. (Ministerio de Economía y Competitividad, 2012).

La Estrategia Española de Ciencia y Tecnología y de Innovación 2013-2020, además de detallar los objetivos mencionados en el párrafo anterior, plantea la necesidad de fomentar la colaboración entre la totalidad de los agentes involucrados en las actividades I+D+i, con el fin de incrementar los retornos sociales y económicos derivados de la inversión en dichas actividades. Dentro de una dinámica de fomento de la “cultura científica y tecnológica”, se pretende hacer partícipe al conjunto de la sociedad de la innovación, el desarrollo y la adopción de nuevas ideas y líneas de investigación, orientadas precisamente a abordar y resolver los principales retos sociales (Ministerio de Economía y Competitividad, 2012).

Por su parte, la materialización de las directrices establecidas por la Estrategia Española de Ciencia y Tecnología e Innovación 2013-2020 y el desarrollo de sus objetivos, se realizan mediante el Plan Estatal de Investigación Científica y Técnica y de Innovación 2017-2020, el cual apuesta por el fortalecimiento científico y tecnológico del sistema de I+D+i, fomentando el desarrollo de proyectos coordinados y la creación de redes o agrupaciones estratégicas de grupos de investigación, centros e instituciones científicas y tecnológicas. Su objetivo es fortalecer las capacidades del sistema y la transferencia de conocimiento, así como la colaboración público-privada (Ministerio de Economía Industria y Competitividad, 2017; Ministerio de Economía y Competitividad, 2012).

Más allá de las políticas científicas estatales, tanto las universidades como el resto de instituciones académicas enfatizan la necesidad de desarrollar la investigación de manera colaborativa, superando los límites departamentales y reduciendo las barreras al intercambio; para ello, están emprendiendo los cambios necesarios tanto a nivel político como estructural, con el fin de facilitar la colaboración científica entre disciplinas y la involucración de las mismas en proyectos comunes (Sá, 2008; Wernli & Darbellay, 2016).

Parte de la comunidad académica sostiene que la estructura disciplinar tradicional no facilita el desarrollo de ideas novedosas que vayan más allá de los estándares de cada disciplina. En este sentido, es importante destacar que con el impulso de la colaboración científica entre disciplinas, el personal investigador recibiría el aporte de nuevas ideas y enfoques teóricos y metodológicos, lo que beneficiaría al conjunto de la comunidad académica (Irani, 2018; Wilthagen, Aarts, & Valcke, 2018). Si al lector le interesa especialmente este tema, en el capítulo 6 encontrará una descripción más detallada los problemas y barreras a los que se enfrentan la colaboración científica y la práctica transdisciplinar, junto con una serie de recomendaciones y posibles soluciones para su superación.

Referencias

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